REFLEXIONES SOBRE EL TEXTO
Los girasoles ciegos:
cuatro relatos independientes que, no obstante, forman un conjunto
que puede ser considerado como una novela corta con cuatro capítulos.
Las partes
forman un todo que funciona mejor como una unidad, de manera que la
propuesta resulta más contundente. Cada historia nos coloca en un
escenario distinto, lo que aporta una gran riqueza: unos personajes
son militares, otros, civiles; unos mayores, otros, niños; unos
pertenecen a un bando, otros a otro. Pero existe un elemento común:
todos ellos, protagonistas y secundarios, sufren.
La reflexión
se centra en la posguerra, concretamente en las consecuencias que
deja la violencia en un
país dividido y desangrado, y las historias que cuenta Méndez son
ejemplos de ese episodio
absurdo y triste.
En
las cuatro historias hay dos constantes o temas que se repiten: EL ENCIERRO y EL MIEDO.
El
encierro: En los
cuatro relatos, la dinámica es siempre hacia adentro. Los personajes
están en la cárcel (en dos cuentos), en la braña (entre los montes
de Asturias, lugar inaccesible, sin salida en el invierno), o en el
armario. Circular libremente es peligroso o imposible, porque el
enemigo puede volver a golpear. El país queda dividido, los hombres
se meten en sus guaridas como animales apaleados, o son enjaulados
por sus enemigos políticos. La libertad no existe para los que
piensan de distinta manera a los vencedores, se humilla y se
castiga.“Que alguien quiera matarme no por lo que he hecho, sino
por lo que pienso ... y, lo que es peor, si quiero pensar lo que
pienso, tendré que desear que mueran otros por lo que piensan
ellos.” (p.129), dice Ricardo Mazo, el “topo”. La paz después
de la guerra no es liberadora, ya que se traduce, para muchos, en una
estela de odio, lágrimas y muertos, advertencia de Méndez que
debería bastar para que se evite repetir los mismos errores del
pasado. Este movimiento hacia el interior es constante, y crea una
sensación de ahogo en el lector que respira un clima claustrofóbico.
El
miedo: Ni siquiera
quien gana deja de sentir miedo; nadie que haya vivido una guerra se
muestra indiferente, y aunque se perdone, no se olvida. El miedo es
crónico en el mundo que crea el autor en la novela: “Tengo miedo
de que el niño enferme, tengo miedo de que muera la vaca a la que
apenas logro alimentar desenterrando raíces (...). Tengo miedo de
que alguien descubra que estamos aquí arriba en la montaña.” ,
(p. 49), dice el padre- poeta del segundo relato. Además, existen
dos elementos que acompañan al miedo: el
silencio y la soledad.
Y ambos están relacionados con el encierro: “Hablar siempre en voz
baja es algo que ,poco a poco, disuelve las palabras y reduce las
conversaciones a un intercambio de gestos y miradas. El miedo, como
la voz queda, desdibuja los sonidos porque el lado oscuro de las
cosas sólo puede expresarse con silencio” (p. 115), manifiesta el
narrador en el cuarto relato. La comunicación se evita para no tener
problemas, y la soledad es un refugio natural para quien tiene miedo,
porque así se siente uno más seguro, si bien en estas historias, la
soledad no es voluntaria: está solo el prisionero, el “topo” por
temor a que alguien lo delate, el niño que no puede compartir sus
vivencias con nadie, la mujer que vive como viuda sin serlo, el
fugitivo que pierde a su novia y se encuentra con un bebé al que
cuidar, el diácono que experimenta cosas nuevas y terribles y no
sabe cómo procesarlas porque no puede hablar de ellas con nadie.
Incluso el coronel Eymar y su mujer Violeta están solos con su dolor
por la pérdida de su hijo Miguel. La soledad se presenta en sus dos
facetas: como una situación física (en la cárcel, en el armario,
en la breña), y como una actitud interior, que es aún más dolorosa
porque significa la imposibilidad de comunicar tanto desgarro: “Ha
visto un paisaje blanco y sin aristas, extenso, interminable, acunado
por el viento pertinaz y frío cuyo zumbido sólo sirve para
reafirmar el silencio. Y mientras estaba allí, observando, sentía
algo que no lograba identificar, algo que ni siquiera sabía si era
bueno o malo. Ahora que ya he encontrado mi lápiz sé lo que era:
soledad”, (p. 55), manifiesta el poeta en el segundo relato.
En
Los girasoles ciegos se advierte , en muchos momentos, cierta
debilidad hacia el lado republicano.
Es una opción literaria de Méndez, resultado de experiencias
anteriores y de su filiación
política ( tenía carné del partido comunista). Aunque,
posiblemente, lo que intente el autor es reflejar los abusos de los
nacionales como abusos de los ganadores, en general, y si fueran los
otros los vencedores, habrían cometido los mismos excesos.
Claramente, para
Alberto Méndez, más que nacionales y republicanos hay vencedores y
vencidos, y el
vencedor es el que tiene el poder y abusa de él.
Yendo
un poco más allá, quizás lo que el autor de la novela quiera
indicar es la idea de que los
vencedores siempre son unos pocos,
los que mandan, los de arriba, aquellos que deciden, en tanto que los
soldados participantes en todo conflicto bélico, de uno y otro lado,
siempre pierden.
Lo
que se dibuja es la derrota colectiva de un país desgarrado donde,
al acabar la guerra, uno no puede seguir viviendo con dignidad fuera de la
condición de derrotado (el Capitán irónicamente apellidado Alegría
se rinde por dignidad, el joven poeta muere por fidelidad, Juan
hubiera podido salvarse mediante la mentira, Ricardo se condena la
salvar a su mujer de la lascivia de un diácono, el Hermano
Salvador).
Todas
las historias se publican bajo el título del último relato: “Los
girasoles ciegos”, metáfora que aparece en la Biblia y que se
refiere a la desorientación de la humanidad, de modo que todos los
personajes de la novela pueden considerarse como seres condenados a
vivir en la oscuridad como murciélagos o como girasoles .
También
destaca en la obra que entre
los vencidos hay mucha dignidad;
son antihéroes,dispuestos
a sacrificar la vida para mantener a salvo su honor y sus ideas,
y aquí es donde A. Méndez pierde algo de objetividad, ya que sus personajes vencidos,
los republicanos, son personas siempre honestas, limpias, orgullosas,
capaces de realizar grandes hazañas y de generoso desprendimiento, y
parece algo subjetiva esta acumulación de bondades en un solo bando,
lo que resta objetividad al conjunto de la novela.
Lo
más importante que se percibe en la lectura es, por supuesto, el
absurdo de la guerra: quienes pelean lo hacen sin convicciones, sin ideología ni coraje;
la guerra es un error en sí misma, que transforma a los hombres en
criminales, aunque ni siquiera sepan por qué o por quién luchan, se corrompen igual.
Con
respecto a los
personajes, importa
poco su identidad personal, ya que son ejemplos de los vencidos y funciona más como símbolos que como individuos
concretos. No interesa ni cómo se llaman, porque representan situaciones particulares, no
caracteres concretos .
Sin
embargo, algunas
descripciones de
Méndez son excelentes,
y en ellas se privilegia el aspecto interior del personaje, que se
descubre a través del físico, que refleja el alma.